Aunque no estemos juntos, estarán los recuerdos...

jueves, 18 de abril de 2013


Una noche especial



En esta ocasión Manuel y Lucero estaban en un cuarto de hotel, quisieron darse un tiempo para ellos. Manuel va por el cuello de Luero lentamente, su respiración se vuelve un zumbido profundo. Tiernamente besa la barbilla de su amada y con gotitas de saliva besa sus labios, suavemente, muy suave. A veces dejaba de besarla para solo rosarcelos con la yema de los dedos. 

Manuel la miraba fijamente esperando que Lucero quedara sin respiración. En el momento menos esperado la tomó muy fuerte y se ahogó entre sus besos. Los labios de ambos se hicieron mermelada. Los labios de Lucero se derritieron en los de Manuel, se mezclaron, se acariciaron...se empezaron a conocer, y se apretaron entre si con una fuerza impresionante. 

La lengua de Lucero corría para tomar la de Manuel. Ella quiere devorarla, la abraza, la envuelve, la desespera hasta lograr que se entendieran entre si...se deseaban. 

Las mordidas suaves que ella le daba a su amado eran como señal para advertir algo, ella lo mordía con más fuerza. A Manuel le encantaba. Ambas respiraciones, ya casi escasas, y entrecortantes provocaban más el deseo de aquellos dos. Eso hacía que Manuel deseara más y más a Lucero. Se unieron en un beso profundo, lleno de deseos antiguos, que tanto querían salir para así morir de pasión. 

Después de aquel beso salvaje y cazador de pasiones. Manuel quedó con ganas de atar el cuerpo de su amada al suyo. Quería hacer tanto con aquel cuerpo perfecto, tanto de lo que nadie pudiera haberle hecho nunca antes. Le gustaba ver tan excitada a Lucero, tan fuera de si misma, con su cabello suelto y hermoso, que a la vez apretaba su espalda con unas manos delicadas y suaves.

A él le provocaba morderla y susurrarle al oído, cuanto había deseado tenerla así. Tan solo para él, así como él completo para ella. Le besó las orejas y acarició la cintura tan única de Lucero. Lo envolvía el deseo de verla agitada. Y el brasier que tanto estorbaba le incomodaba, se lo quitó y se sumergió entre sus pechos, tan hermosos y bellos.

Los acarició con su lengua, los sintió tan duros, tan firmes, le parecía mentira que aquellos eran de él, se los besaba con la lengua, haciendo pequeños círculos en su pezón, tan duro, pero tan suave a la vez, Manuel sentía como la piel de Lucero se erizaba cada vez más. Ella se sentía una diosa, débil y poderosa a la vez.

Lucero deseaba aquellas caricias, que no sabia por donde andaban, apretó a su amado contra su vientre. A ella le encantaba sentirse así. Los pechos de ella cada vez ansiaban los besos y caricias. Manuel los apretó con la yema de sus dedos, suave pero con temor, eso la excitó por completo. Ella sentía eso que no sabia que era, pero que la hacia sentirse dueña de aquel cuerpo que la recorría.  

Manuel mordía los pechos de ella de vez en cuando, los abrazaba y los mordía  Las piernas de Lucero se abrieron por si solas, pues no tenía control de ellas, se le erizó la piel, la energía que tenia en su cuello, le bajó hasta las piernas. Manuel se dejó amamantar por los pechos de Lucero. 

La respiración de ambos se acelera, la piel de Lucero se convirtió en algo débil y humectante, a Manuel eso lo enloquecía, recorrió con sus manos toda la cintura de ella. El soldado del amor, bajó con besos al abdomen y besó el ombligo que su amada no tenía. Acarició su vientre, pero regresaba a sus pechos, para chuparlos. Manuel se erectó y Lucero lo sintió entre su vientre y piernas. Lucero lo apretó contra sí.

Manuel dejó ir sus dedos sobre el calzón de su amada chispita, pues ahí ella escondía tanto néctar, el aroma a vida propia. Lucero inhalaba y exhalaba de tanto éxtasis que la embargaba.   

Él se vio envuelto entre la vulva de su amante, que en aquel instante estaba suave y húmeda. Acarició la parte interna de sus piernas, y a la misma vez, rozaba el venus tan bello de Lucero. Ella sentía vida, sol y lluvia, el escalofrió aumentó tanto que Lucero se asusta, pero definitivamente le encanta. 

Manuel empezó a besar los los labios de Lucero, pero esta vez no eran los de su boca, sino aquellos llenos de nectar, los acariciaba. Lucero ya no sabia que hacer. Atrevidamente el amante perfecto, acarició el clítoris, lo hizo suyo, como abeja en una flor.  

La lengua de Manuel por instinto besa el clítoris, lo soba y se le roba la vida. La lengua despistada nadó en toda la vida de ella, se ahoga y pide más y más sexo de Lucero. Besó sus piernas y toda la humedad. Lucero se puso salvaje, se levantó y lo tomó para posarse sobre las piernas de su adorado Manuelito.

Él vio sus pechos tan hermosos, los acarició, eso no le bastó a ella, entonces él los tomó con más fuerza, y los besó, después besó sus labio nuevamente, al momento que con sus manos frotaba su sexo delicadamente. Los aceites de Lucero van y vienen, parecen manantiales desbordados. 

Acarició el cuello de su amada, bajando nuevamente por la espalda. Luego ya ambos desnudos, tan radiantes y erizados, Manuel sintió la escencia de hembra y de mujer de su enloquecida novia de América. 

Se empezaron a morder, sus lenguas empezaron a sofocarse. Lucero se movía como hoja de árbol al compás de un Vals. Ambos se miraron con una sonrisa picara, con un respirar loco, y el cabello de Lucero cayendo sobre el rostro de él, y los pechos acariciaban la boca insaciable de Manuel.  De repente la vida se les fue, de una vez, y rendidos caen en el abrazo de los besos, calmos, suaves y tiernos que empezaron el ritual. 











No hay comentarios:

Publicar un comentario