La cena bajo la luz de la luna
Todo lo había planeado Manuel. La mesa, adornada con
un mantel rojo con encajes blancos. Unas copas largas que contenían un vino
tinto delicioso. Los cubiertos colocados en el lugar correcto. Y como paisaje? Un cielo estrellado con una enorme luna
llena.
Manuel aguardaba a Lucero, pues él, la había invitado
con tres días de anticipación. Por momentos dudó en que llegaría, pero muy en
el fondo sabia, que ella no se perdería la oportunidad de verlo.
Un smoking azul obscuro, un lazo en el cuello y unas
zapatillas negras limpiecitas, donde podría verse hasta el más íntimo detalle.
Miraba pensativo hacia las estrellas, miraba el reloj, que marcaba las 8, y
Lucero nada que llegaba.
Ya estaba a punto de irse, cuando escuchó unos pasos
sigilosos, y olfateo el dulce aroma de su amada. Era ella. La adorada había
llegado y a Manuel sus ojos le chispeaban y sus mejillas sonrojearon. Su saludo
fue un tierno beso en la mejilla.
Lucero le dijo al oído –disculpa mi tardanza, te hice
esperar tanto?—Él le contestó muy tierno –A la mujer amada, siempre se le
espera hasta la eternidad--. Lucero avergonzada bajó la mirada y se mordió el
labio inferior.
Manuel la invitó a sentarse a la mesa, ella quedó
maravillada con la sorpresa y los detalles de su amado. La música que sonaba
era “bella”, pues Manuel la puso, porque le dijo que era en honor a ella, ya
que se veía linda esa noche. Para variar Lucero, sonrojó otra vez.
El como un gesto amoroso, le colocó la servilleta en
las piernas (que las llevaba al descubierto ese día). Mientas tanto Lucero lo
miró fijamente a los ojos y le susurró “gracias rey”.
La cena pasó rápido, Manuel la invitó a sentarse sobre
el césped. Los dos boca arriba admiraban las estrellas, y de momentos se daban
un tierno beso. Una caricia juguetona o simplemente se decían cosas bonitas al
oído.
Por un instante Manuel, se levantó y se avalanchó
sobre el cuerpo de ella. Ella le acarició el rostro y lo beso profundamente. Él
se quedó sin aire, pero quería má y más. Esta vez Lucero llevaría las riendas,
así como Valentina Villalba cuando se le declaró a José Miguel. “spaw, de mis amores, solo déjate llevar” le
dijo tiernamente.
El muy convencido de las palabras de la lindis, relajó
su cuerpo. Lucero empezó a besarle el cuello, y poco a poco fue bajando
hasta…quitarle el pantalón. El solo suspiraba.
Esta vez era ella la leona sin freno. No quería dejar de besarlo, el olor a hombre, o bien el olor que Manuel expedía la seducía locamente.
Esta vez era ella la leona sin freno. No quería dejar de besarlo, el olor a hombre, o bien el olor que Manuel expedía la seducía locamente.
Manuel –Lucero, nunca pensé que fueras capaz de…--
ella lo interrumpe y temina la oración –que fuera esto—y señala su cuerpo
desnudo. –Calla Manuel, que hoy la luna y las estrellas serán los cómplices de
nuestro amor, amémonos que nada nos quita--.
Lucero era una completa desconocida, ya no era la
adorada de rostro cálido, no, era una mujer locamente seducida por aquel hombre
que la tenía entre sus brazos.
Manuel solo se dejó llevar. Ella hizo todo lo demás.
Fue tanto el frenesí de ambos cuerpos que terminaron dormidos, sobre un cielo
estrellado y en-lunado.
Empezaba amanecer cuando Mijares despertaba, ella, seguramente cansada por la leona que la había poseído durante la noche, no sintió cuando Manuel la vistió, para cargarla y llevarla hasta el coche.
Empezaba amanecer cuando Mijares despertaba, ella, seguramente cansada por la leona que la había poseído durante la noche, no sintió cuando Manuel la vistió, para cargarla y llevarla hasta el coche.
Antes
de arrancar el auto, le dio un beso y le dijo –gracias por la noche
maravillosamente excitante que me diste, te amo mi Lucerina hermosa--. El
cuerpo de Manuel parecía lastimado, pero no eran más que
las huellas de los besos, mordiscos y amor de la adorada, lindis de Mijares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario